martes, 21 de febrero de 2012

DESDOBLAMIENTOS

TRILOGÍA DEL PAYASO TRISTE (3/3)

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Cierro los párpados de mi propia dualidad para intentar reconocerme. ¿Soy ese payaso encantador que haciendo reir hace olvidar a los demás las miserias que puedan tener? ¿O acaso soy lo que hay debajo de la nariz roja y el maquillaje circense, lleno de dudas y titubeos?
A veces me identifico con uno de ellos, pero después el otro me secuestra y se apodera de mi. LLevo tanto tiempo en esta lucha que hace ya demasiadas lunas que perdí definitivamente el control y lo que me ataba a lo que llamamos "cordura".
Ahora más que payaso soy un funambulista caminando sobre el alambre de su desgastada racionalidad, buscando manos que le sostengan y no le dejen caer.

 

El siguiente texto está escrito por una amiga, Bibianna, que se inspiró es esta trilogía para crear algo tan bello como ésto:

Era la persona más triste del mundo. Aunque su cara no reflejaba tanta tragedia, su llanto interior había conseguido congelarle el alma. Ya no tenía sueños, cerraba los ojos cada noche y al instante sonaba el despertador para empezar de nuevo una dura y pesada jornada laboral. Sus ilusiones, emborronadas por las lágrimas, ya no se diferenciaban de las penas y su corazón, helado, sólo latía por costumbre.
No conseguía exteriorizar su pena para dejar espacio a aquello que llamaban felicidad, aquello que no conocía. Se había esforzado tantas veces... pero resultó como aquella mariposa que intentando salir del charco rompe sus alas.
Los especialistas le recomendaron viajar para olvidar. Y viajó. Le invitaron a rodearse de niños, a ver películas de humor, sesiones de risoterapia, paseos junto al mar. Todo lo hizo, pero sus pulmones no eran capaces de respirar más que el aire de tristeza que desechaban aquellos de los que se rodeó.
Decepcionado y abatido en su intento, volvió a su rutina de días inacabables y noches sin estrellas. Seguía siendo la persona más triste del mundo.
Un anuncio en el periódico llamó su atención: “Somos capaces de hacerte feliz” se leía. Y sin más dilación concertó una cita. Todo aquello que le propusieron había fracasado antaño. No le ofrecieron ningún nuevo ejercicio ni terapia que no hubiera probado. Ya no había remedio a su causa, y como de costumbre, con su mueca de desconsuelo y cabizbajo, se dirigió a la puerta.
Un grito hizo detenerlo en seco —¡¡Espere!!— exclamó el sanador —¡¡Aún hay una posibilidad!! Si no consigue ser feliz con lo que le recomendaré, nadie podrá ayudarlo. Yo no lo conozco en persona, pero dicen que es capaz de hacer reír al más triste, y que su espectáculo, famoso en todo el mundo, transmite tanta alegría que nadie puede resistirse a sonreír. Es su última oportunidad: usted debe ir a ver al Gran Clown—.
Ninguna lágrima brotó de sus ojos, pero le pareció sentir cómo su alma se agrietaba sollozando en lo más profundo de su ser. El aire se hizo irrespirable al momento y la luz del sol se apagó ante su mirada. Una tormenta de hielo se apoderó de sus pensamientos, y cayendo de rodillas con el aliento de su último segundo de vida en la garganta, exclamó:
—el Gran Clown soy yo—.

Muchas gracias de corazón Bibi!!!

 

Juan Carlos Pascual

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