domingo, 8 de julio de 2012

EL ATORMENTADO HALLAZGO DEL PARAGUAS QUE SE DEJÓ MORIR

sin_título-25

Fue feliz un tiempo atrás, en la Barcelona tormentosa y cambiante de hace décadas.  En cuanto la primera gota caía desde el cielo garantizando horas de lluvia, sentía cómo por sus varas de alambre la emoción se extendía cada vez más veloz.  Y cuando notaba que su dueño se pertrechaba para salir a la calle y antes de abrir la puerta le alzaba con firmeza para llevarlo con él, sus ojos que no existían se abrían de par en par al mundo y a la felicidad.  Sentirse empapado por la llovizna era su razón de ser, y en esos momentos nada más existía.  Era un éxtasis, un orgasmo contínuo, la iluminación de un ser inerte.
Pero las lluvias se fueron espaciando de un tiempo a esta parte, hasta dejar meses enteros de por medio.   Su vida inmóvil dejó de tener sentido alguno, y poco a poco se fue sumiendo en un vacío interior que le fue mellando y deteriorando.
Y un día llegó lo inevitable.  Su dueño, con quien tantas tardes había compartido, se deshizo cruelmente de él, dejándolo en la intemperie. 
El pobre paraguas no pudo más que dejarse morir, no tanto de asfixia ni por falta de agua como por la desazón y la pesadumbre que le infligían un dolor insoportable. 

Su historia me la contó ya muerto, cuando lo encontré, y lo único que pude hacer por él es captar en una eterna instantánea su triste historia.

 

Juan Carlos Pascual

2 comentarios:

  1. como soy del blog como pedro por mi casa, paso para dejar esto que ya se pudo donde podía estar, pero ahora deber estar aquí también.

    Dejarse morir es lo inteligente, como dejarse vivir no deja de ser lo inteligente también, no más sin menos, porque cuando te dejas, el alma te lleva, y si te lleva a la muerte será por algo, igual que cuando te trae a la vida, por algo será. El paraguas no lo supo expresar, porque todavía no sabía como hacerlo, pero en su lucha por el hacer más en menos, se dió cuenta que aquello por lo que luchaba le llevaría a otro lugar, donde su barillas vestidas de tela negra se transformaría en huesos y piel, para ser libre de ir a donde quisiera y mojarse cuando le viniese en gana, si dueño que le abandonase en un día salvaje de tromenta por el mero hecho de no abrirse a la primera o tener una barilla rota sin escayola. Ahora es otra cosa que por algo será, y en su nuevo día de vuelta en la tierra, sin saber nada más, no deja de tocarse con las manos sus pies, su cuerpo y rie sin cesar, porque sabe la suerte que ha tenido de no volver a ser paraguas, y ser el ser que quería ser.

    ResponderEliminar
  2. Comentarios como el tuyo alimentan las ganas de seguir nutriendo el blog con nuevas historias.
    Gracias Paco!!!

    ResponderEliminar