jueves, 10 de octubre de 2013

LA BALDOSA DE LOS RECUERDOS INFANTILES

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Una baldosa cae en un minúsculo lugar del mundo.  Y al caer crea una forma que hace viajar mi memoria melancólica a la infancia. 
Una portería, un área. 
Aquellos niños que corríamos detrás de un viejo balón desinflado y deshilachado que era casi un trofeo para nosotros. 

Sólo era necesario encontrar dos árboles que hiciesen de postes, y aún si no los hubiere nos apañábamos amontonando nuestros jerséis a izquierda y derecha del portero.  La altura de la portería se definiría en un agrio debate cuando en un remate espectacular el balón supera al cancerbero por arriba.  Para el guardameta y su equipo había sido claramente “alta”, mientras sus contrincantes clamaban por el golazo.

La táctica era simple y clara: “vosotros cinco vais conmigo, tú de portero y los demás a atacar”, para defender bastaba con correr.  Eso era un equipo.

El estadio era el primer descampado que encontrábamos, lleno de piedras y montículos.  A veces las porterías no estaban enfrentadas, si no que recreaban ángulos imposibles, y las reglas eran consensuadas entre todos, ya que el árbitro brillaba por su ausencia:  “A los tres corners es penalti”, “de penalti a gol es gol” y la mítica “de portería a portería guarrería”. No se puede negar que éramos pioneros en un deporte casi inventado por nosotros los niños.
No osábamos quejarnos por tener que jugar todos los días, lo hacíamos cuando no podíamos disputar nuestro partido.
Las lesiones consistían en raspones y algún corte, balonazos varios, cabezazos y de vez en cuando una patada, pero eran las menos.

Las emociones nos superaban durante el rato que duraba el encuentro, cada gol marcado era como levantar la copa del mundial, y cuando ganábamos… uf, cuando ganábamos no eran 3 puntos lo que obteníamos, en comparación eran más de un millón, los abrazos, los saltos, los momentos en los que el conocimiento nos abandonaba para simplemente disfrutar y ser niños felices.  Y después dar la mano y consolar las lágrimas de los perdedores, y viceversa cuando caíamos derrotados.

Hoy en día los futbolistas profesionales ganan millones de euros por trabajar en sus equipos, pero los que no hayan jugado como lo hicimos nosotros jamás podrán comparar todo ese dinero con nuestras vivencias infantiles.

 

Juan Carlos Pascual